Opinión y discusión acerca de temas de actualidad, a nivel nacional (Colombia) e internacional

1 jul 2011

Contra la virginidad política

Hace poco, veía un especial de Contravía realizado por Hollman Morris y su equipo periodístico, acerca de una organización a favor de la Séptima Papeleta, el afamado Movimiento estudiantil por la Sétima Papeleta, recordado por su iniciativa de una Constitución renovada, fresca y acorde con las necesidades recientes de nuestro pueblo, aquella, que fuera de ciertas violaciones, aún nos rige.  

Morris, junto a protagonistas de dicho movimiento, contextualizaba el momento histórico que se vivía por aquella época, finales de los 80, y que impulsó el deseo de unos jóvenes estudiantes por cambiar el panorama de terror, sangre, desconsuelo e impunidad,  que incluso hoy, con 20 años de aquella iniciativa, todavía se siente con fervor y nostalgia, pero con un agravante: La virginidad política.

Una virginidad política cómplice de salvajadas como el asesinato de Guillermo Cano, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, entre otros, líderes de una conciencia política que urgía tomar las riendas del país, pero que por flagelos tan antiguos pero tan recientes como el narcotráfico, la corrupción, el terrorismo o la injusticia, fueron asesinados, impidiéndole a la gran mayoría de colombianos, la penetración de su realidad social, el despertar de sus escrúpulos y  la reflexión de su pasado, pero por sobre todo de su presente, a cambio del miedo y el pánico.

Sin embargo, y sin haber vivido aquella época, me atrevo a afirmar que el problema no era que asesinaran a alguien, las desgarradoras masacres o la complicidad entre Estado-Narcotráfico; a pesar de que estos eran la consecuencia, la causa recaía en la indiferencia, el miedo, la apatía con lo que muchos llamaron una “causa nacional”, una insensibilidad y desprecio por hacerse participes de la expresión política, tal vez porque entendían que la muerte era el riesgo, pero que a la larga dicha participación sería la solución a la descomposición social de nuestra sociedad, y marcaría el camino, real y efectivo, hacía el ejercicio político como cotidianidad, y como remedio para establecer una verdadera democracia, esa misma que todavía buscamos.

Comprendo bien que era un periodo distinto, donde el miedo, la censura y la muerte eran verdaderamente evidentes, y no se tornaban tan hipócritas como ahora; entiendo también que era una sentencia de muerte pensar diferente, o mejor, el hecho mismo y simple de sólo pensar, al igual pasa hoy, pero hubo un algo que permitió sentar las bases de esa constitución incluyente que garantizaría una tolerancia nacional, una resistencia legitima al otro: la perdida de la virginidad política por un centenar de jóvenes que se atrevieron a pensar, a opinar, a participar en la construcción de su país, esos mismos fueron quienes concibieron la constitución del 91.

Y lo lograron porque dejaron de lado sus temores, su envidia, su lucha constante entre clases, entendiendo que la única manera de sacar adelante a este país de esa olla podrida era la participación, la denuncia y la manifestación de sus ideas en pro de una Colombia mejor, esa por la que murieron tantos compatriotas, que sentían ese fervor por una patria justa, digna, soberana y democrática.

Hoy en día, es un insulto hacia aquellos que fueron asesinados el ser virgen político, es decirles que todo por lo que murieron, se quedó en traumas, desconfianza y cobardía, es demostrarles a esas mafias que controlan el país, que el nacimiento de una nueva Colombia tardará muchos años, y todo porque no nos atrevemos a fecundarla, carcomidos por el temor a pagar un alto precio, pero a fin de cuentas justo, por un país deseable.